Hace unos 2.000 millones de años, en una galaxia muy lejana, una gran estrella se extinguió luego de una explosión masiva (efecto conocido como supernova), expulsando una gran cantidad de rayos gamma.
Y estas ondas viajaron millones y millones de kilómetros para, finalmente, llegar a la Tierra el año pasado y causar una perturbación significativa en la ionosfera de nuestro planeta.
La ionosfera, que contiene gases cargados eléctricamente (plasma), está situada a unos 50-950 km sobre la superficie de la Tierra, extendiéndose hasta el borde mismo del espacio. Esta capa ayuda a formar el límite entre el vacío del espacio y la atmósfera inferior habitada por los seres humanos y demás especies de la Tierra.
La explosión
Según los científicos, la explosión, hasta ahora la más fuerte jamás detectada, liberó rayos gamma que impactaron en la atmósfera de la Tierra durante un lapso de aproximadamente 13 minutos, el 9 de octubre de 2022.
Estos fueron detectados por el observatorio espacial Integral (Laboratorio Internacional de Astrofísica de Rayos Gamma) de la Agencia Espacial Europea y varios satélites que orbitan cerca de nuestro planeta.
Los rayos gamma provocaron una fuerte variación en el campo eléctrico de la ionosfera, aunque no causó efectos nocivos en la Tierra. Según los científicos, una explosión tan fuerte como la detectada el año pasado puede alcanzar la Tierra una vez cada 10.000 años.
Pero, teniendo en cuenta que el estallido se produjo a una gran distancia (los rayos viajaron unos dos mil millones de años luz), quedó demostrado que los eventos lejanos pueden influir en la Tierra.
En este sentido, se ha planteado la hipótesis de que, si se origina una fuerte explosión dentro de la Vía Láctea, podría representar un peligro para la humanidad, incluidas extinciones masivas, al someter la superficie de la Tierra a una inundación de dañina radiación ultravioleta. Sin embargo, los científicos creen que la probabilidad de que esto suceda es realmente insignificante.
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