Por Jimena Zahn

El auge de la energía nuclear es un hecho en la sociedad actual. Su avance y desarrollo como una técnica para generar energía limpia sin duda acarrea grandes ventajas.

El gran inconveniente es la gestión de los residuos radiactivos que esta produce, aunque el problema va más allá: La vida media de los residuos nucleares, es decir, el tiempo que tarda en descomponerse y perder su característica radiactiva es, aproximadamente, de 100.000 años. Por ende, es vital para la comunidad científica encontrar una manera de alertar a las generaciones futuras del peligro que yace bajo sus pies.

La decisión de crear lugares donde almacenar, demarcar y registrar claramente los residuos radiactivos parece tarea fácil y obvia. Pero la pregunta es: ¿cómo y en qué describiremos la información?

Al fin y al cabo, el lenguaje es una entidad cambiante y desconocemos cómo se desarrollará la humanidad dentro de miles de años. Por otro lado, la segunda cuestión surge de dónde almacenar la información: la piedra y el papel se deterioran, los dispositivos USB y los servidores también, la “nube” no representa una plataforma fiable, ya que la planificación se proyecta en un tiempo muy alejado a la actualidad.

En 1993 hubo un descarrilamiento de un tren de alta velocidad en Francia, en las proximidades de París. Un soldado francés que luchó en la Primera Guerra Mundial alertó a las unidades de socorro y a los ingenieros que el descarrilamiento había ocurrido debido al derrumbe de un túnel secreto que él conocía.

El dato fue crucial para hallar los archivos necesarios para su reconstrucción. Este ejemplo clarifica la necesidad de tener constancia y control sobre la información para poder preservarla en un futuro y que no damnifique a las próximas generaciones.

La institucionalización del problema de los residuos nucleares

Para ocuparse de esta problemática, la Agencia de Energía Nuclear (AEN) de la OCDE ha creado un grupo especial cuya tarea es mejorar la práctica, en corto y largo plazo, para la gestión de depósitos de residuos radiactivos y su correcto almacenamiento.

La Comisión de Gestión de Residuos Radiactivos (RWMC) de la NEA, establecida en 1975, es un comité internacional compuesto por representantes de autoridades regulatorias, organizaciones de gestión de residuos radiactivos, entidades de formulación de políticas y centros de investigación de los países de la NEA.

Su objetivo es apoyar a sus miembros en el desarrollo de una gestión segura y económicamente eficiente de todo tipo de residuos radiactivos, incluyendo el combustible gastado, mediante el uso de conocimientos científicos y tecnológicos actualizados.

La RWMC adopta un enfoque holístico y sostenible para abordar la gestión de residuos radiactivos, centrándose en tres aspectos principales: ambiental, económico y social, en los contextos legislativo, organizativo y regulatorio.

Además, la División de Gestión de Residuos Radiactivos y Desmantelamiento de la NEA (RWMD) apoya a la RWMC en revisiones inter pares y en proporcionar retroalimentación experta para asegurar la adopción de mejores prácticas en metodologías regulatorias y técnicas.

Pero la pregunta realmente es ¿cómo almacenar la información si los medios tradicionales y digitales de registro pueden fallar?

En la década de 1980, el Departamento de Energía de Estados Unidos designó un grupo de investigadores para que trabajara en un sistema de transmisión de información durante la construcción de la Planta Piloto de Aislamiento de Residuos en Nuevo México. Esta planta, que aún se mantiene vigente, es el único depósito geológico de subsuelo del país para residuos nucleares.

Los primeros planteamientos y soluciones

El reputado científico nuclear Thomas Sebeok, profesor de la Universidad de Indiana, fomentó el nacimiento de un “sacerdocio nuclear”, un grupo especializado y transversal que tiene como objetivo la transmisión generacional de la información nuclear mediante “una mezcla de elementos simbólicos con un alto grado de redundancia”.

Una de las ideas más excéntricas que fueron propuestas a Sebeok vino de las manos de los semiólogos Francoise Bastide y Paolo Fabbri: La propuesta consistía en modificar genéticamente algunas razas de gatos para que, cuando estos estuviesen expuestos a radiación, cambiasen de color inmediatamente.

Estos gatos se reproducirían y pasarían a la descendencia la capacidad de cambiar de color para que, dentro de miles de años, fuesen la herramienta para alertar a las generaciones futuras de los posibles rastros de residuos nucleares.

La idea está basada en que los gatos son muy adaptables e, históricamente, se consideran animales asociados a múltiples cultos religiosos. La idea fue descartada por la imposibilidad ética y estratégica de ser realizada.

Las imágenes como vía de señalización

Otra de las vías para la demarcación de residuos nucleares fue a través del arte y la iconografía: El arte presenta un dilema, según explicó Peter Galison, profesor de Historia de la Ciencia y de la Física en la Universidad de Harvard.

El problema, según Galison, es que, si un mensaje es excesivamente artístico, su interpretación puede volverse confusa, ya que diferentes individuos pueden entenderlo de maneras distintas. Por otro lado, es difusa la idea de utilizar pictogramas para señalizar zonas radiactivas, un elemento que ya se utiliza para señalizar otros peligros

Sin embargo, como señaló Florian Blanquer, semiólogo francés, al igual que el lenguaje, los pictogramas son símbolos que solo tienen sentido si se sustentan en convenciones sociales y, si esas convenciones desaparecen, el significado de los símbolos también.

Por ejemplo, el significado del pictograma de la calavera es claro: evoca la muerte. No obstante, Blanquer destaca que este símbolo tiene raíces en el mundo de la alquimia y su base es claramente judeocristiana.

“La calavera representa a Adán, y los huesos cruzados simbolizan la promesa de resurrección”, reveló. Así, en unos pocos siglos, este pictograma ha transformado su significado, pasando de la resurrección a la muerte.

¿Tal vez se podría diseñar un cómic que muestre a alguien manipulando residuos nucleares y luego sufriendo las consecuencias? Sin embargo, Blanquer advierte sobre el riesgo de malinterpretaciones, ya que los símbolos pueden leerse de distintas formas: algunas culturas leen de derecha a izquierda, mientras que otras lo hacen de izquierda a derecha o de arriba hacia abajo.

Aun así, Blanquer sostiene que los pictogramas, o iconos, son los que tienen mayor potencial de perdurar con el tiempo. No obstante, dado que las personas interpretan lo que conocen a través de sus propias experiencias y perspectivas, los pictogramas no pueden funcionar de manera aislada como un lenguaje; cualquier persona en el futuro podría reconocer su significado.

La investigación doctoral de Blanquer busca desarrollar un sistema en el cual, al observar un icono, también surja el objeto que representa, requiriendo que el observador complete una acción que involucre su cuerpo. Su objetivo es crear “un sistema que pueda volverse más complejo, para que las personas comprendan exactamente lo que quiero que entiendan: Que hay residuos radiactivos debajo de ellos”.

Si esto parece complicado, algunas personas han desarrollado soluciones alternativas que no requieren lectura, texto ni imágenes.

Pictograma para señalizar residuos radioacitvos ideado por John Lomberg.

El artista francés Bruno Grasser ideó una manera de transmitir información acerca de los sitios de almacenamiento de residuos nucleares a través del grabado, un arte que la humanidad ha dominado durante milenios.

En lugar de grabar la información en piedra, que puede desvanecerse con el tiempo, Grasser sugiere un enfoque diferente: Se distribuirían cápsulas llenas de arcilla en forma de 2.500 pequeños cubos, cada uno representando una unidad de tiempo.

Estas cápsulas se transferirían cada 40 años y los nuevos propietarios rasparían uno de los pequeños cubos hasta que la cápsula quedara completamente lisa.

“Se trata de una cuenta atrás para los 100.000 años necesarios para que cualquier riesgo asociado con los residuos radiactivos enterrados se extinga”, explicó Grasser.

Cilindro de cerámica (visión 3D) por Bruno Grasser

La “no señalización” para remarcar las zonas radiactivas

Otros se preguntan cuál sería la forma más efectiva de indicar que un lugar alberga residuos nucleares en caso de que el conocimiento sobre su existencia y peligros no se transmita a futuras generaciones.

Dado que estos residuos pueden estar enterrados cerca de la superficie o a mayores profundidades, la señal debe ser visible tanto por encima como por debajo del suelo.

A mediados de los años ochenta, investigadores contratados por el Departamento de Energía de Estados Unidos, quienes también propusieron el concepto de un sacerdocio nuclear mencionado con anterioridad en el artículo, sugirieron la creación de diferentes monumentos para comunicar esta advertencia: campos de estacas, estatuas amenazantes con formas de rayos o grandes bloques de granito organizados en una cuadrícula densa.

Treinta y dos años después de estas propuestas, y sin haberlas conocido previamente, “Les Nouveaux Voisins”, dos arquitectos franceses imaginaron una versión contemporánea de Stonehenge, el famoso monumento prehistórico del sureste de Inglaterra.

Su planteamiento consiste en erigir 80 pilares de hormigón de 30 metros de altura, los cuales se irían hundiendo lentamente en el suelo. Con el tiempo, robles plantados en la parte superior de cada pilar los reemplazarían a medida que la radiactividad desaparezca. El propósito es dejar una huella en el paisaje y un rastro tangible, tanto por encima como por debajo de la superficie, de lo que realmente existe en ese lugar.

Proyecto para sepulat residuos nucleares propuesto por los arquitectos de “Les Nouveaux Voisins”

Por otro lado, el proyecto Onkalo en Finlandia aborda el problema de manera completamente diferente: ¿y si creáramos un método que nos permitiera no informar a las generaciones futuras sobre el residuo nuclear?

Su propuesta consiste en excavar un depósito geológico profundo para el combustible nuclear agotado.

El enfoque de Posiva (la empresa encargada del proyecto) es que, entre 100 y 120 años tras su cierre, el sitio no estará señalizado. Los 500 metros que conducen al lugar de almacenamiento en la capa geológica se rellenarán con roca, lo que dejará el área aislada e invisible en el entorno natural”.

Posiva plantea algunas preguntas éticas (¿deberíamos alertar a las personas sobre el peligro potencial, por mínimo que sea?) y tecnológicas (¿disponemos hoy de la tecnología para almacenar de manera segura los desechos radiactivos durante tanto tiempo?).

“Excavar con un material que probablemente ni siquiera existe llevaría años”, declaró un portavoz de Posiva. “Y el lugar no tiene interés desde el punto de vista de recursos minerales”.

“Además, hay que considerar que, tras la próxima glaciación, ya no quedará ninguna ciudad ni edificio en Europa. Todo habrá quedado cubierto bajo dos kilómetros de hielo. Por lo tanto, su pregunta sobre la necesidad de comunicar la existencia de este depósito durante miles de años es completamente hipotética”, agregó.

El problema continúa

Esta cuestión expone la necesidad de tomar conciencia sobre las ventajas y los riegos de la energía nuclear y de cómo es necesario responsabilizarse, no solo del impacto que esto tiene en la actualidad, si no de las amenazas futuras que plantea el uso de materiales radiactivos.

Paralelamente, surgen incógnitas ambientales y también filosóficas sobre cómo administrar correctamente, en tiempo y lugar, la gestión de residuos nucleares y se abren círculos de debate para tratar esta nueva necesidad.

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