Tras años de investigación, la industria aeroespacial estadounidense se encuentra frente a una oportunidad histórica: llevar al espacio tecnología nuclear que ofrezca una ventaja tanto para misiones científicas como estratégicas.
Así lo plantea Kristin Houston, presidenta del área de sistemas de propulsión y energía espacial de L3Harris Technologies, quien lidera la división heredada tras la compra de Aerojet Rocketdyne, un actor clave en el suministro de sistemas nucleares para la NASA.
“Estamos al borde de lograrlo. Tanto la propulsión térmica nuclear como la eléctrica nuclear pueden estar listas para volar en los próximos cinco años”, afirmó Houston.
El impulso de la NASA y las nuevas misiones
Uno de los proyectos estadounidenses más emblemáticos en marcha es Dragonfly. En esta misión, la NASA enviará un vehículo rotrocraft a Titán —la luna más grande de Saturno— en julio de 2028.
L3Harris proveerá el generador termoeléctrico de radioisótopos de misión múltiple (MMRTG) que energizará el vehículo. Este sistema convierte el calor generado por la desintegración radiactiva en electricidad, ideal para misiones en regiones donde la energía solar no es viable.
Al mismo tiempo, la NASA sigue apostando por su programa Fission Surface Power, que busca desarrollar sistemas energéticos de fisión nuclear capaces de funcionar en la Luna o Marte. Actualmente, tres equipos compiten por avanzar hacia una nueva fase del proyecto: uno encabezado por Westinghouse y L3Harris, otro por Lockheed Martin, y un tercero por X-Energy. Se espera que esta siguiente etapa comience antes de fin de año.
La meta es clara: diseñar sistemas capaces de generar 40 kilovatios de energía durante una década, suficiente para abastecer a unas 30 viviendas. Pero más allá del desafío técnico, este proyecto será una prueba clave para evaluar el compromiso presupuestario a largo plazo de la agencia espacial.

Dos caminos, un objetivo: potencia y eficiencia
La tecnología nuclear aplicada al espacio se divide en dos grandes ramas: generación de energía y propulsión. En el primer caso, los generadores termoeléctricos como el MMRTG son vitales para mantener operativos los instrumentos científicos en el espacio profundo.
En el campo de la propulsión, se destacan dos tecnologías.
Por un lado, la Propulsión Térmica Nuclear (NTP) utiliza un reactor nuclear para calentar un propelente —habitualmente hidrógeno líquido—, que luego se expulsa a través de una tobera generando empuje. Ofrece altos niveles de empuje con mejor eficiencia que los cohetes químicos tradicionales.
Por otro lado, la Propulsión Eléctrica Nuclear (NEP) transforma la energía térmica de un reactor en electricidad para alimentar motores eléctricos. Aunque entrega un empuje mucho menor, es extremadamente eficiente y adecuada para misiones prolongadas.

Más allá de la ciencia: aplicaciones militares y estratégicas de la tecnología nuclear
Estas tecnologías no sólo tienen valor para la exploración científica. También representan una ventaja táctica en el contexto de seguridad nacional y operaciones militares en órbita.
“La movilidad estratégica mejora enormemente: permite mover cargas útiles más rápido y posicionar activos con mayor eficiencia”, explicó Houston.
Particularmente, una nave impulsada por propulsión térmica nuclear podría llegar a Marte en la mitad del tiempo que tomaría con motores químicos. Y los sistemas NEP se perfilan como una solución ideal para transportar carga pesada en trayectos interplanetarios.
Un ejemplo concreto de cooperación entre defensa y ciencia es el proyecto DRACO (Demonstration Rocket for Agile Cislunar Operations), una iniciativa conjunta entre la NASA y la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), que planea ensayar un motor térmico nuclear en condiciones reales de vuelo.

L3Harris, que ya desarrolló su propio concepto de vehículo NTP, planea participar en futuras misiones de esta clase. “Si la NASA decide avanzar hacia Marte, sin dudas vamos a estar ahí”, afirmó William Sack, director de programas espaciales avanzados de la empresa.
El panorama es prometedor, pero no exento de riesgos. Houston advirtió que sin una continuidad firme en la financiación estatal y un liderazgo decidido, muchas de estas tecnologías podrían quedar en fase experimental, sin llegar a influir de manera significativa en la economía espacial emergente.
“La oportunidad está servida”, concluyó. “Ahora depende de que se mantenga el rumbo”.
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